Reactivación económica

Dic 3, 2018

Tras la inminente aprobación del paquete fiscal, la reactivación económica se yergue como la prioridad número uno para el 2019. Al menos esa es la retórica del gobierno, los principales partidos de oposición y las cámaras empresariales. No es para menos, puesto que una economía pujante no solo crea más riqueza –lo cual es bueno por sí mismo–, sino que también le genera más recursos al fisco, algo que nos caería muy bien en este proceso de saneamiento fiscal que comienza.

Por supuesto, el quid del asunto está en cómo reactivar la economía, particularmente en un contexto donde la introducción de más impuestos castigará el consumo y la inversión. Para ello habrá otras columnas. Hoy quiero comentar cuál debería ser la naturaleza y la ambición de dicho objetivo.

Costa Rica debe aspirar a un crecimiento anual del 7% en la próxima década. Si con semejante desastre fiscal, asfixiante tramitomanía y pésima infraestructura hemos crecido en promedio un 3,3 % en los últimos 10 años, hay buenas razones para creer que podemos más que duplicar esa tasa si logramos superar esos y otros problemas que venimos arrastrando. De igual forma, debemos plantearnos que es a través de ese alto crecimiento económico que reduciremos significativamente el desempleo –actualmente en un 10,2%–, la informalidad y los persistentes niveles de pobreza.

Tengamos presente que jamás alcanzaremos esas metas si apostamos por cambios marginales, es decir, por el “nadadito de perro” que tanto nos caracteriza. Necesitamos reformas estructurales profundas que reconozcan que la competitividad de la economía es la precondición para alcanzar los otros objetivos económicos y sociales. El éxito del programa de reactivación dependerá de la coherencia de las políticas que se ejecuten en materia de impuestos, gasto público, competencia, regulaciones y estabilidad de precios.

Si admitimos estos principios como pilares del programa de reactivación –búsqueda de la competitividad como precondición para todo lo demás y coherencia de las políticas públicas como estrategia–, pues la naturaleza y el alcance de las reformas cae por su propio peso: ¿Qué necesitamos? ¿Impuestos altos o bajos? ¿Mayor competencia o mercados cautivos? ¿Proteccionismo o apertura? ¿Más o menos burocracia? ¿Flexibilidad o rigidez laboral? No hace falta un Premio Nobel para descifrarlo.

Publicado en La Nación el 3 de diciembre del 2018.

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