La eventual incorporación de Costa Rica a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) es, a grandes rasgos, positiva. Sin embargo, debemos estar ojo al cristo para que el Gobierno no aproveche el proceso de admisión para meternos uno que otro gol.
Pertenecer a este club de 34 naciones mayormente desarrolladas es bueno porque manda una señal de que el Estado quiere avanzar hacia buenas prácticas de política pública. Equivale a tener una estrellita en la frente, lo cual apuntala la imagen del país como destino serio para la inversión. Pero tampoco debemos hacernos ilusiones, la membrecía no es garantía de buen manejo de la cosa pública: Grecia es miembro fundador y eso no le impidió a su clase política llevarla a la bancarrota.
Las reformas que debemos realizar para formar parte de la OCDE no están claras aún. Para eso está por definirse una hoja de ruta, pero esto implica, por lo general, una modernización del aparato estatal. Por ejemplo, habrá que ajustar la manera como se recaban las estadísticas del sector público para hacerlas compatibles con los estándares del club. Gracias a esto, el Poder Ejecutivo deberá admitir que la carga tributaria no la constituye solo los ingresos fiscales del Gobierno Central (13% del PIB), sino todos los ingresos taxativos del Estado, incluidas las cargas sociales, tal como lo calcula la OCDE. Esto la aumenta a casi el 22% del PIB.
En este proceso también es importante distinguir entre las recomendaciones de la OCDE y las reformas de acatamiento obligatorio, ya que el Gobierno bien puede aprovechar para meternos un caballo de Troya. Por ejemplo, el presidente, Luis Guillermo Solís, ya salió a decir que uno de los requisitos será aprobar más impuestos, algo que simplemente no es cierto.
Pero más allá de contribuir a creernos la tapa del perol, debemos tener claro que el salto al desarrollo no depende de la incorporación del Gobierno a una burocracia internacional, sino del cambio de políticas e instituciones. Y esto será difícil sin un cambio en la mentalidad de nuestras autoridades.
Por eso resulta inexplicable que el día después de que la administración Solís anunció con bombos y platillos lo de la OCDE, el mandatario le rogara al presidente Obama que nos incluyera en un plan de ayuda externa diseñado para que los países del “triángulo norte” centroamericano superen sus serios problemas de violencia y desarrollo. ¿Queremos ser de la primera división o no?
Publicado en La Nación el 6 de abril del 2015.